jueves, 4 de noviembre de 2021

Adiós, supongo.

Las despedidas son siempre complicadas. Y más cuando no sabes que lo estás haciendo por última vez.
¿Cómo actuaríais vosotros si supierais que estáis diciendo adiós a una persona por una última vez?
¿Volveríais atrás para poder evitar esa situación o para cambiar algo? ¿No os da miedo pasar una última velada con alguien y no saber que ese será el último recuerdo o momento bueno con el o ella?
Al final estas preguntas son totalmente inútiles. Inservibles. Qué más dará ya, ¿no? Una vez hecho no hay manera de poder revertirlo. Por fortuna o por desgracia.

A mí personalmente me hubiera gustado volver en el pasado en más de una ocasión. Sobre todo ahora. Habría actuado de otra forma. A veces, hacer las cosas de forma precipitada no te llevan a ninguna parte. Como es en este caso donde me encuentro en medio de la nada, con un pie en el fango y el otro en tierra firme. Con un pie en la acera y el otro en la carretera, pero a sabiendas de que en cualquier momento puede pasar un coche y arrollarme sin piedad.

La vida siempre acaba arrollándote de una forma u otra, por pura inercia. Te sumerge en un remolino de desgracias o de alegrías. Solo hay que encontrar la forma de enfrentarse a las tempestades buenas y a las malas. Todo conlleva sus propios obstáculos, pero con el inconveniente de no poder escoger el nivel de dificultad a tu gusto como si de un videojuego se tratase.

Yo creo que me encuentro en un punto donde no sé si estoy en nivel experto o en nivel principiante. Por unos momentos me parece todo muy sencillo pero a la vez muy complicado. Últimamente he tenido que tomar decisiones especialmente complejas. He decidido actuar con sesera y no con ceguera.
Uno al final siempre tiene que tirar por sí mismo porque aquí, en la vida real, nadie tira por ti. No hay un cochero con su magnífico carruaje esperando el momento perfecto para tirar del carro por ti. 
La vida no es un cuento de hadas ni tampoco una película de comedia romántica. La vida es y seguirá siendo un carrusel de emociones donde saber gestionarlas está y seguirá estando al alcance de muy pocos. 
Porque vivimos en un mundo donde sentir algo de verdad por alguien te lleva más a huir de la persona y de la situación por miedo a enfrentarse a ese tipo de sentimientos que a apostar de verdad porque pase algo bonito.
Porque vivimos en un mundo donde la sinceridad parece más un defecto que una virtud.
Porque vivimos en un mundo donde las personas para darle el valor a algo que de verdad lo merece primero haya que perderlo antes.
Porque vivimos en un mundo donde nunca sabes cuando será el último recuerdo bonito que tendrás con alguien que de verdad te importa.

Por eso y solamente por eso me es tan complicado tomar muchas de las decisiones que rondan por mi cabeza. Porque si de verdad hay algo que me aterrorice es no saber cuando te estás despidiendo de alguien. El no saber que ya no habrá más risas o instantes con esa persona. Y yo, creo que ya lo he hecho. Prácticamente sin haberlo esperado. Creo que ya he dicho adiós a esa persona sin ni tan siquiera haberlo imaginado. Simplemente, no me gustan las despedidas.
 




miércoles, 6 de octubre de 2021

Muros, murallas y lugares deshabitados.

Como el muro de Berlín o la gran muralla China separando y alejando poblaciones. 
Como la estepa siberiana, la frondosidad del Amazonas o la densidad de las dunas del Sahara, inmensas y majestuosas, pero capaces de reflejar de forma idéntica un paraje deshabitado en miles de kilómetros cuadrados. 
Es irónico pensar que unas construcciones que estaban ideadas para dividir poblaciones requiriesen la unión de tantas personas para llevarlas a cabo. Como también resulta irónico que paisajes como los mencionados anteriormente sean lugares tan frecuentados por tantas personas al año, pero donde muy pocas deciden pasar sus vidas.

Esto también ocurre con las personas. Construyes vínculos, algunos más duros y férreos que cualquier muro o muralla o material existente en este, nuestro planeta. Pero luego, de un momento a otro, ves como de alguna forma ya sea externa o interna los cimientos comienzan a tambalearse del mismo modo que un adolescente de fiesta un sábado en cualquier taberna de mala muerte. Todo comienza siempre del mismo modo, con un breve tambaleo que queda en nada, en un efímero seísmo. Pero el vínculo ya no parece indestructible. Tampoco parecía el Titanic "insumergible" y todos sabemos cual fue su aparatoso destino.

De todos modos, los tambaleos no siempre son malos. Puedes reforzar la zona dañada o dejarlo pasar. Cuando haces lo segundo en el contexto de vínculos personales el final suele ser el mismo que tuvo el muro de Berlín. Un muro que acabó derribado. Fue derribado de forma pacífica, pero derribado. Y ahora es uno de los lugares más ilustres y emblemáticos de la capital alemana, pero quedó ahí, en un recuerdo. Y no un recuerdo bueno. Porque los muros se pueden ver aparentemente como algo firme y estable, difícil de derribar o sobrepasar, como muchos vínculos sanos y reales de hoy en día que puedes mantener con una pareja, familiar o amigo, pero también es signo de disputa y división. Un muro que divide o separa personas no es paradigma de algo bueno.

A lo que quiero ir a parar es que los vínculos son un arma de doble filo. Puedes construir algo bonito con alguien y de la nada irse a la mierda. Los vínculos que son fuertes pueden ser indestructibles. Pero si no lo son... Por mucho que vuelvas a intentar construir ese mismo vínculo con alguien no será en la mayoría de casos del mismo modo. Será diferente. Todo lazo con alguien tiene su historia. Por lo que si derriban tu propio muro de Berlín, tu vínculo con alguien, por mucho que trates de volver a rearmarlo, a levantarlo, a construirlo... No volverá jamás a ser aquel muro, aquel vínculo que una vez pareció ser infranqueable. Será lo que tú quieras que sea, pero jamás eso que una vez fue.

Por ello, en algunas ocasiones, lo mejor para que ese vínculo no se resquebraje del todo es dejar ir, poner distancia con la persona como si en la estepa siberiana te encontraras y así localizar y conocer cuál es tu rumbo, tu propio destino. 
Porque una huida a tiempo es sinónimo de victoria. 
Pero... ¿Y si la persona no deja que te vayas? Bueno, siempre está bien sentirse querido y se puede tener en cuenta. Cada uno es libre a la hora de escoger su propio destino, pero en términos generales hablando sobre mi persona, mi corazón ahora mismo es un desierto. Tan gélido como la estepa siberiana. Y como mencioné al principio de este texto, son lugares donde pasan muchas personas a lo largo de los años, pero donde muy poca gente se queda. 
Mi corazón, como estos parajes, permanece igual. Deshabitado.





jueves, 15 de julio de 2021

¿Qué es hacer lo correcto?

Uno se acaba aburriendo de lo mismo de siempre. De la monotonía, imagino. De que todo sea una consecución de sucesos repetitivos incapaces de saciar mi alma errante.
¿Qué ocurriría si de repente apareciera algo o alguien que te cambiara el rumbo? Que con ello todo tornaría a nuevas experiencias y nuevos aires. Nuevas esperanzas, cuál barco a la deriva a la espera de encontrar la luz de un faro en el horizonte con la misión de reconducir su recorrido en la dirección correcta.
Pero... ¿Qué es la dirección correcta? O mejor, ¿qué es hacer lo correcto? ¿Lo que te hace sentir bien a ti o lo que le hace sentir bien a la gente que tú hagas? Puedes hacer mil cosas que te pueden hacer sentir mejor que nunca, pero a sabiendas de estar en el ojo del huracán, en el foco de la crítica o siendo protagonista de cientos de murmullos y chismorreos. Sin mencionar aquella gente que se pasa el tiempo alterando los acontecimientos a su libre albedrío y antojo para que suene peor de lo que puede llegar a parecer. De un momento a otro te puedes convertir en la comidilla del pueblo por cosas que ni siquiera has hecho o en el puto amo por cosas que tampoco has llegado a hacer.

Hacer lo correcto se ha convertido en un concepto muy subjetivo. A un número determinado de personas le pueden parecer genial tus actos, pero en cambio a muchas otras no.
La única conclusión que saco es que aunque hagas lo que tú mismo quieres hacer, nunca parece que vaya a ser lo correcto para todo el mundo. Ni siquiera para ti. Con esto último me refiero a lo que yo llamo "presión social". La presión social ejerce un empuje en la mente de la gente aterrador. Haciéndote creer en muchas ocasiones ser incapaz de poseer una opinión propia acerca de un tema o situación concreta por no ser tú el único que piense distinto al resto. La capacidad de muchas personas para influenciar en la mente de otras tantas es impresionante al igual que estremecedor. A día de hoy es muy complicado encontrar gente con opinión propia. Parece desmesurado que diga esto, pero es la pura realidad. Es muy sencillo tener tu propio pensamiento sobre algo, hasta que aparece la dichosa presión social, haciendo que en muchas ocasiones se desbarate todo.

Y no es solo la presión social, sino también la forma en la que una persona puede llegar a modificar totalmente un hecho o suceso de manera que haga creer a todo el mundo que ha sido de ese modo porque él/ella lo dice así. Sin prueba alguna. 
Uno de los grandes fracasos de esta sociedad actual es darle más credibilidad a la gente que cuenta los hechos como ellos quieren que a los mismos protagonistas de los acontecimientos sin darles la oportunidad de tan siquiera defenderse o explicar el suceso. La gente suele tender a quedarse con lo primero que escucha ya sea una gran verdad o en este caso una gran mentira.

¿Y qué quiero decir con todo esto? Simplemente que se le deje a la gente ser feliz con sus propias vidas, sin pasar tres cuartas partes de la tuya criticando la de los demás por hacer cosas que tú quizás en la tuya no toleras. Es muy complicado ser feliz en una sociedad que constantemente te pone en el punto de mira por rodearte de personas que no crean que te convengan o por hacer cosas insignificantes que les dan un valor más grande del que en realidad se merecen.
Estamos en la generación de los "piel fina", en la de los "moralistas" y en la de los que si no te gusta la fiesta te convierte en un rarito marginal, por poner unos cuantos ejemplos.

El tiempo se agota, el atardecer acecha el fin de un nuevo día. Un día más, similar al anterior. La pesadumbre recae entre mis tensos hombros mientras el silencio gobierna a mi alrededor. Todos los días son iguales y lo peor de todo es que la gran mayoría de personas también lo son.




domingo, 28 de marzo de 2021

Hay veces.

Hay veces donde la mejor excusa está en poner de obstáculo a una persona para no enfrentarse a la dura realidad. Hay veces que es mejor no mirar el reloj hasta que la noche acabe. Hay veces que se necesitan señales para perder ciertos miedos.

Cada persona escribe su propia historia mientras recorre su camino pertinente. Hay veces donde tu propio camino se puede cruzar con el de otra persona y recorrerlo juntos durante un determinado tiempo o incluso para toda la vida, pero siempre con la vista puesta al frente. De nada vale girarse y admirar el camino que has ido forjando con el tiempo para luego caer en la melancolía y estancarse en el pasado.

Sin ataduras puedo decir que no se puede vivir eternamente del pasado esperando que en un futuro te pase algo similar a lo ya vivido. Cada día es una experiencia nueva adquirida. Cada día se saca algo de valor para convertirlo de forma consciente o inconsciente en algo que te puede servir en un porvenir. Es algo bastante habitual el pensar que ya no se volverán a vivir ciertas experiencias y la mayoría de las veces se puede estar en lo cierto pero eso no es sinónimo de que por ello no se puedan venir experiencias mucho mejores.
Yo sé que jamás volveré a vivir muchas de las cosas que he vivido a lo largo de los años.

Habrá veces que llegarán instantes donde caminar solo será una dificultad añadida porque no sabrás hacerlo solo. Habrá veces que elegirás a tu "compañero de recorrido" de forma errónea por el hecho de no querer caminar en soledad y así no tener que enfrentarte a ti mismo. Habrá veces que harás mucho daño a ciertas personas por hacer exactamente eso.
 
Hay veces que caminar solo y divagar junto a tus pensamientos no está nada mal. Librando tus propias batallas interiores para poder alcanzar así una paz incondicional. Porque es muy injusto y egoísta incluir a una persona en tu vida para que luche por ti contra tus inseguridades o discrepancias sociales en lugar de hacerlo tú y solamente tú.

Porque simplemente habrá veces que serán veces. Veces que serán una Odisea o un puro trámite, pero siempre para acabar plasmando lecciones notablemente considerables para uno mismo. 



domingo, 31 de enero de 2021

Arcoíris grises.

Dicen que al igual que el arcoíris aparece tras una tarde lluviosa, la alegría reaparece tras la tristeza.
Si esa frase es cierta, supongo que yo continúo en una tarde lluviosa constante. Esperando a que aparezca el arcoíris. Mi arcoíris. 
Pero lo único que contemplo en el horizonte son arcoíris sin colores, sin alegría. Liderados por una escala de grises cromáticos. De más claros a más oscuros. Grises foscos como la propia noche y grises diáfanos como el cristal. 

No encuentro el momento de salir de la tempestad y afrontar la calma que ésta deja. ¿Para qué? Es un bucle absurdo. Tras unos instantes de calma, aparecerá otra tempestad que afrontar.
Llevo más de lo que nunca quise sin ver esos colores que predominan en los arcoíris. Sin sentir la alegría y energía que esos lúcidos colores emanan. Sin percibir en la esencia del viento otra cosa que no sea ese místico y a la vez común olor a "tierra" antes de la tormenta. Un perfume almizclado, fresco, húmedo y por norma general agradable que se impregna en la atmósfera en ese instante previo al desencadenamiento de un aguacero.
Como he mencionado anteriormente, tan solo veo grises. Quizás sea porque me falta algo para obtener esa felicidad que no acabo de hallar. No me puedo quejar mucho de lo que tengo, pero siento que me falta algo. Siento que soy un viejo puzzle que nunca podrá completarse porque una vez alguien perdió una de mis piezas. Para siempre.
Lo que más impotencia me da es esa sensación de saber donde encontrar esa pieza. Pero a la vez, tener conciencia de no depender de mí el volver a poseerla. 

Es más rebuscado de lo que parece. La impotencia que causa el conocer lo que me falta pero no poder conseguirlo. Probar con otras piezas que al final siempre acaban siendo deficientes. No encajan. No encajan conmigo. O yo no encajo con ellas.

Mis arcoíris son grises, pero en el fondo de la más grisácea oscuridad, sé que algún día encontraré esa pequeña parte de mí que una vez perdí por incompetente.



viernes, 8 de enero de 2021

Microrrelato: El caso de Alma Kollár.

Era una tarde de invierno cualquiera en Bratislava (Eslovaquia). Los copos de nieve descendían de una manera parsimoniosa.

Alma, la hija de Ján Kollár, un conocido escritor del país, era una apasionada de la escritura, al igual que su padre. Tan solo pensaba en corretear y pintar con su nombre todas las paredes de la ciudad, era uno de los objetivos que se había prometido cumplir antes de crecer y convertirse en adulta. Su padre siempre le repetía las mismas palabras: “Alma, debes tener objetivos más profundos en esta vida”.

Aquella tarde, se le hizo pesada a la pequeña. Acabó accediendo a una de las callejas menos transitadas de su barrio. Un escaparate, que aparentaba haber salido de un circo, se hacía notar en las angostas calles que la rodeaban.

Alma, muy inocentemente tras plasmar su sello personal, en una de las paredes, se volteó al escaparate y quedó totalmente perpleja tras lo que acababa de ver. ¡Era ella misma pero en versión muñeca!

A Alma, le recorrió un escalofrío, quizás de excitación, al percatarse de tal hecho. Acudió apresuradamente a hundir sus mejillas en el reluciente y a la vez tétrico escaparate para admirar más de cerca la muñeca que la observaba con una mirada vacía y apática.

La curiosa niña, terminó por culminar su entrada a la tienda arrojando al suelo otro muñeco que iba en un triciclo rojo. La muchacha, se detuvo a amparar el juguete, que pareció por un momento tratar de huir de tal local, aunque a ésta, poco le pareció importar, ya que toda su atención iba enfocada en encontrar a esa misteriosa muñeca.

No pareció por ningún momento que hubiera nadie, eso la inquietó poco. Miró hacia los lados y perdió de vista su clon en versión muñeca, pero no tardó en volver a encontrarla. Estaba en un estante.

Alma comenzó a escalar por el estante. No logró alcanzar a la muñeca en su primer intento. Ya se intuía que si no se daba prisa, esa pequeña hazaña iba a convertirse finalmente en una Odisea. 

El estante estaba formado por una docena de baldas en la que cada una de ellas se encontraba totalmente infestada por decenas de muñecos. Muchos de ellos incluso comenzaron a parecerle rostros conocidos a la joven...

Pero Alma continuó en su empeñó. No sabía por qué, pero necesitaba tocarla, sentirla con las yemas de sus pequeños y rechonchos dedos. Clavó su mirada una vez más en esa curiosa muñeca, en esa que tanta similitud tenía con ella. La muñeca continuaba en su sitio, esta vez no iba a perderla de vista. No lo permitiría. Cogió una butaca y la puso en la mesa de costura. Se subió en ella y se abalanzó hacia el estante clavando sus rodillas en la cara de uno de lo muñecos que se situaban en las baldas. El resto de muñecos parecían mirarse entre sí como si se preguntaran que era lo que estaba haciendo la pequeña.

La chiquilla, se abalanzó hasta la última balda y clavó de nuevo sus rodillas en la cara de otro muñeco. Suspiró e inclinó su cabeza hacia arriba. Estaba muy cerca. Incluso si estiraba del todo el brazo, podría llegar a tocarla. Y así lo hizo... estiró lo más que pudo su brazo derecho y por unos momentos, pareció rozarla. Entonces en ese momento, un silencio sepulcral se adueñó de la habitación. Alma no podía moverse. Trató de girarse sobre sí misma, pero solo quedo en lo que se temía, en un pobre intento. Se había convertido en la muñeca que con tanta ansía quiso alcanzar. El sosiego gobernaba ese lúgubre lugar. 

Una respiración nerviosa se apoderó de ella. A Alma le invadió el pánico, pero no podía hacer nada ya. Solo le quedaba esperar. Admirar. Posiblemente, sería la muñeca que siempre quiso alcanzar. Se había convertido en una muñeca más. Para siempre. Como el resto de muñecos que habitaban en ese maldito estante.