Dicen que al igual que el arcoíris aparece tras una tarde lluviosa, la alegría reaparece tras la tristeza.
Si esa frase es cierta, supongo que yo continúo en una tarde lluviosa constante. Esperando a que aparezca el arcoíris. Mi arcoíris.
Pero lo único que contemplo en el horizonte son arcoíris sin colores, sin alegría. Liderados por una escala de grises cromáticos. De más claros a más oscuros. Grises foscos como la propia noche y grises diáfanos como el cristal.
No encuentro el momento de salir de la tempestad y afrontar la calma que ésta deja. ¿Para qué? Es un bucle absurdo. Tras unos instantes de calma, aparecerá otra tempestad que afrontar.
Llevo más de lo que nunca quise sin ver esos colores que predominan en los arcoíris. Sin sentir la alegría y energía que esos lúcidos colores emanan. Sin percibir en la esencia del viento otra cosa que no sea ese místico y a la vez común olor a "tierra" antes de la tormenta. Un perfume almizclado, fresco, húmedo y por norma general agradable que se impregna en la atmósfera en ese instante previo al desencadenamiento de un aguacero.
Como he mencionado anteriormente, tan solo veo grises. Quizás sea porque me falta algo para obtener esa felicidad que no acabo de hallar. No me puedo quejar mucho de lo que tengo, pero siento que me falta algo. Siento que soy un viejo puzzle que nunca podrá completarse porque una vez alguien perdió una de mis piezas. Para siempre.
Lo que más impotencia me da es esa sensación de saber donde encontrar esa pieza. Pero a la vez, tener conciencia de no depender de mí el volver a poseerla.
Es más rebuscado de lo que parece. La impotencia que causa el conocer lo que me falta pero no poder conseguirlo. Probar con otras piezas que al final siempre acaban siendo deficientes. No encajan. No encajan conmigo. O yo no encajo con ellas.
Mis arcoíris son grises, pero en el fondo de la más grisácea oscuridad, sé que algún día encontraré esa pequeña parte de mí que una vez perdí por incompetente.
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