Era una tarde de invierno cualquiera en Bratislava (Eslovaquia). Los copos de nieve descendían de una manera parsimoniosa.
Alma, la hija de Ján Kollár, un conocido escritor del país, era una apasionada de la escritura, al igual que su padre. Tan solo pensaba en corretear y pintar con su nombre todas las paredes de la ciudad, era uno de los objetivos que se había prometido cumplir antes de crecer y convertirse en adulta. Su padre siempre le repetía las mismas palabras: “Alma, debes tener objetivos más profundos en esta vida”.
Aquella tarde, se le hizo pesada a la pequeña. Acabó accediendo a una de las callejas menos transitadas de su barrio. Un escaparate, que aparentaba haber salido de un circo, se hacía notar en las angostas calles que la rodeaban.
Alma, muy inocentemente tras plasmar su sello personal, en una de las paredes, se volteó al escaparate y quedó totalmente perpleja tras lo que acababa de ver. ¡Era ella misma pero en versión muñeca!
A Alma, le recorrió un escalofrío, quizás de excitación, al percatarse de tal hecho. Acudió apresuradamente a hundir sus mejillas en el reluciente y a la vez tétrico escaparate para admirar más de cerca la muñeca que la observaba con una mirada vacía y apática.
La curiosa niña, terminó por culminar su entrada a la tienda arrojando al suelo otro muñeco que iba en un triciclo rojo. La muchacha, se detuvo a amparar el juguete, que pareció por un momento tratar de huir de tal local, aunque a ésta, poco le pareció importar, ya que toda su atención iba enfocada en encontrar a esa misteriosa muñeca.
No pareció por ningún momento que hubiera nadie, eso la inquietó poco. Miró hacia los lados y perdió de vista su clon en versión muñeca, pero no tardó en volver a encontrarla. Estaba en un estante.
Alma comenzó a escalar por el estante. No logró alcanzar a la muñeca en su primer intento. Ya se intuía que si no se daba prisa, esa pequeña hazaña iba a convertirse finalmente en una Odisea.
El estante estaba formado por una docena de baldas en la que cada una de ellas se encontraba totalmente infestada por decenas de muñecos. Muchos de ellos incluso comenzaron a parecerle rostros conocidos a la joven...
La chiquilla, se abalanzó hasta la última balda y clavó de nuevo sus rodillas en la cara de otro muñeco. Suspiró e inclinó su cabeza hacia arriba. Estaba muy cerca. Incluso si estiraba del todo el brazo, podría llegar a tocarla. Y así lo hizo... estiró lo más que pudo su brazo derecho y por unos momentos, pareció rozarla. Entonces en ese momento, un silencio sepulcral se adueñó de la habitación. Alma no podía moverse. Trató de girarse sobre sí misma, pero solo quedo en lo que se temía, en un pobre intento. Se había convertido en la muñeca que con tanta ansía quiso alcanzar. El sosiego gobernaba ese lúgubre lugar.
Una respiración nerviosa se apoderó de ella. A Alma le invadió el pánico, pero no podía hacer nada ya. Solo le quedaba esperar. Admirar. Posiblemente, sería la muñeca que siempre quiso alcanzar. Se había convertido en una muñeca más. Para siempre. Como el resto de muñecos que habitaban en ese maldito estante.
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