viernes, 20 de noviembre de 2020

En alta mar.

Izando velas. Así me encontraba hace unos meses. Tomando un rumbo más ligero y dinámico en mi periplo. La inmensa versatilidad del mar, de mi propio océano, daba lugar a un espectáculo de un constante vaivén de olas chocando contra el casco del velero.

Una vez izadas las velas, el velero se abrió camino entre las aguas de ese inmenso océano. El cielo estaba cubierto por una calima profunda dejando el horizonte menos nítido de lo habitual. 

Cuando quise darme cuenta, me situaba en alta mar. Navegando sin rumbo pero a una velocidad endiablada. Las gotas que se esparcían por la pequeña cubierta tras romper las olas contra el casco del velero también parecían deslizarse sin rumbo alguno. Al igual que yo.

El tiempo no aparentaba pasar deprisa. Algunos días veía la luna asomarse de vez en cuando entre la penumbra, pero no lograba averiguar en qué fase lunar se encontraba nunca. Tan solo captaba el brillo de ésta en las calmadas aguas de ese tenebroso océano al oscurecer.

Por unos instantes, me paré a pensar en lo diferente que habría sido esta odisea con grumetes, tripulantes y demás ayudantes. Lo distinto que se vería todo con algo que no fuera tan solo agua y agua y más agua a mi alrededor.

Estar tanto tiempo en soledad no me hacía demasiado bien. Da mucho que pensar. Es una sensación de agobio y pesadez. De melancolía y tristeza. De indiferencia y soledad. Sobretodo de soledad.

Y es que lo que no sabía era que estaba surcando un mar de pensamientos. Mi propio mar de pensamientos. Lo estaba haciendo solo. Sin retorno.

Que está muy bien navegar en soledad. Aventurarte en tu mar de pensamientos y llegar hasta lo más lejos. Pero recuerda volver. Porque si no recuerdas el camino de vuelta, tu propio mar de pensamientos puede envolverte hasta el punto en el que ya no puedes salir de ese bucle. De ese océano. Como me ha pasado a mí. Convirtiéndome en otro náufrago más de sus propios pensamientos. 



martes, 7 de julio de 2020

Noche estrellada.

Son las cuatro de la mañana y he salido al balcón a mirar las estrellas. La noche es cálida y el cielo está raso y estrellado.
Me he tumbado en el suelo a admirar los astros que hoy se dejaban ver en el horizonte.

No sé mucho de estrellas, pero siempre están ahí, no se mueven. En el mismo lugar.
¿No se cansarán de permanecer milenios y milenios sobre nuestras cabezas? ¿De ser parte de la misma galaxia o de alojarse en lo más profundo del universo mientras se van apagando poco a poco?
¿Si tuvieran libertad de movimiento, continuarían ahí o se irían a otra parte?

Yo no soy ninguna estrella. No brillo. Ni tampoco estoy por encima de todo el mundo. Ni tan siquiera, cuando mires arriba voy a estar ahí para ti.

Lamentablemente no pertenezco al firmamento ni soy parte de una preciosa constelación.
Lo único que tenemos en común las estrellas y yo es que ambos permanecemos a años luz de ti. 
Prácticamente inalcanzables.


martes, 23 de junio de 2020

Ese lugar llamado "amor".

No tenía ni idea. No tenía ni idea de que en tan poco tiempo mi vida pudiese cambiar tanto. Cambios. Solamente eso.

Atrás habían quedado ya esas promesas que jamás se cumplieron y que jamás se cumplirán. Atrás quedó ese sufrimiento que enfrentaba mi mente contra un corazón inquebrantable lleno de amor y alegría ahora en manos de otras personas tratando de pegar los pedazos de éste. Esas personas, mis amigos, quienes me han hecho darme cuenta de lo que realmente vale. Habían conseguido sacarme de esa fosa kilométrica donde mi alma emanaba sus últimos suspiros. Un lugar frío y ausente donde mis recuerdos eran el único aire que se respiraba. Una brisa tóxica que en cada inspiración moría una pequeña parte de mí. Sentía como mi alma iba pudriéndose en la nada y que ese lugar totalmente yerto iba a amarrarse a la poca vitalidad que desprendía.
Y es que lo peor de todo es que ese lugar fue una vez un lugar llamado "amor". Ese lugar no existía ya en mi cabeza, pero gran parte de mi alma solía llorar en ese inhóspito e inexistente lugar continuamente. Pero solo una parte, porque la otra restante se la había llevado ella. Me la había robado.

Cada noche era un mundo, ni siquiera la luna y las estrellas salían ya como acostumbraban. Ya no se escuchaban esas risas ni ese dulce olor de ese perfume que tantas veces me había parado a oler.

El ambiente era cargado y el paisaje casi tan oscuro como el azabache. Un lugar putrefacto y nauseabundo que ahora me daba entre asco y pánico volver a retomar. Ese lugar al que llaman "amor", no existe. Es un espejismo digno de un desierto. No existe, o puede que sí, pero en mi mente ya no. Y si una vez existió, ya está muerto. Y es que creo que ya empiezo a comprender por qué mi alma acude a menudo a llorar a ese inerte lugar, a ese cementerio. Para continuar manteniendo el luto y llorarle unas últimas lágrimas a un sitio y un sentimiento que una vez llamé "amor". Y como digo con los difuntos: "No volverá, se fue para siempre, pero jamás será olvidado".


domingo, 21 de junio de 2020

Pasos muertos.

Las noches comienzan a hacerse largas. Mientras la frescura de las noches primaverales emprenden su adiós, brota de la nada un frescor dentro de mí con un regusto a despedida.

No puedes irte a ninguna parte, pero la persona que una vez fuiste, empieza a desvanecerse. Tan sólo me queda decirle adiós. De una forma fría como el rocío en las noches de invierno. Fría como tú.

Aún puedo ver a través de mi ventana tu silueta diáfana, apunto de atravesar el más allá, vagando por un bosque lóbrego donde el suelo se encuentra alfombrado por agujas de pino ya secas. Caminas por lo yerto. Por alguna razón te habías muerto dentro de mí, siendo yo incapaz de hacer nada para remediarlo.
Prácticamente habías fallecido en mis manos.

Hice lo imposible por subsanar mis temores. No hubo solución ante semejante ecuación. Mi cabeza no era capaz de calcular el daño irreparable que íbamos a causarnos. De todos modos, lo intenté. Pero nada.

Cogí aire y me sumergí en mis pensamientos. Tratando de buscar y encontrar una forma en la que revivirte. En la que revivir a la persona que una vez fuiste.

Solo encontré un vacío colosal.

Finalmente, tuve que conformarme con aquellos lejanos recuerdos que guardaba a tu lado, para poco después ahogarme junto a ellos.

No pude hacerte regresar. Por eso, desde entonces, yazco aquí, junto a tu silueta. Una silueta traslúcida y casi fantasmagórica.
Es lo único que me queda de ti. El molde de lo que una vez fuiste. Porque ahora, soy incapaz de reconocerte. No sé quién eres.

Temo no saber quien eres, pero aún más, no poder recordarte.



miércoles, 25 de marzo de 2020

Reflexión Coronavirus

El coronavirus no ha hecho más que patentizar lo vulnerables que somos como especie.

Hemos invertido mucho en guerras y poco en educación, salud y medicina y no demasiado en material hospitalario y demás necesidades básicas. Así es la realidad.

Hemos olvidado lo básico, hemos descuidado lo realmente importante, hemos perdido la cercanía con nuestros amigos, familiares, parejas, por la cuarentena y hemos perdido absolutamente todo aquello que nos hacía felices a diario.

¿Estamos haciendo lo correcto para sobrepasar todo esto?
Esta situación a la que estamos expuestos, viendo lo que está ocurriendo, percatándonos no solo de la mala gestión del Gobierno en esto, sino de todos nosotros por inconscientes, sólo demuestra que no. Que no estamos preparados. Que no tenemos ni idea de la gravedad del asunto. Que hay mucha gente que se lo toma a cachondeo, pero que solo hay que echar la vista a Madrid y observar por ejemplo como IFEMA se ha convertido en un hospital improvisado o recientemente como el Palacio de Hielo se ha transformado en una morgue.
Que nos sirva de ejemplo lo sucedido en China o en Italia. Hay que quedarse en casa.

La única beneficiaria de esto es La Tierra. Nuestro planeta. Le ha venido bien un descanso de la lacra humana. Se ha detenido por un instante el mundo humano y ha vuelto a rodar el de la naturaleza. La vida se abre camino. Un descanso que esperemos que sirva para que se regenere al menos un uno por ciento de lo que no se habría recuperado si hubiera seguido todo como antes. Que al menos esta pandemia sirva para algo útil. Para cuidar nuestro planeta en un futuro no muy lejano.

No sabemos que está pasando, pero con unión y actitud, saldremos adelante.

jueves, 5 de marzo de 2020

Reloj de arena.

Que frágil es a veces un sentimiento tan “simple” como la felicidad. No es fácil que perdure en el tiempo. Podría definirse como inestable, al menos en mi.

Es frustrante que un día como ayer fuese tan feliz y hoy sienta como el mundo se me cae encima. No es justo del todo.

No me gusta comenzar de cero. No me gusta que un día sea feliz y al día siguiente esté completamente compungido. No me gusta esta sensación.
¿Por qué la felicidad es el sentimiento más efímero que conozco?

En mi cabeza rondan cosas. No pocas. Soy una persona de dar doscientas mil vueltas a todo, cómo si de un molino me tratase. Pero es así, cada uno es como es y mi perdición es la de pensar y masticar las cosas mil veces hasta que me quedo tranquilo.

Que sé yo si merezco todo lo que tengo o todo lo que me ocurre. ¿El destino? Bueno. Cada uno que haga su pronóstico.
No es que me haya ocurrido nada fuera de lo común, si no que se avecinan cambios bruscos en mi vida y no quiero.
El círculo de confort quizá. Estoy muy cómodo en él. Pero no me supone un obstáculo salir de él. Bueno, corrijo. Hace unos meses no, ahora sí.

No quiero estos cambios ahora. Justo cuando mejor me siento. Cuando todo me estaba yendo de maravilla. Cuando he conocido personas que no olvidaré en la vida.
A lo mejor otros sentimientos son los que me aferran a estas tierras. No es momento de marchar. Circunstancias de la vida. Pero todo parece indicar que así será, que habrá que hacerse espacio en los recovecos de la profunda oscuridad que probablemente invadirá mi ser en los próximos meses.
Que no se acaba el universo, pero sí mi mundo.
Quién sabe si podré salir de una pieza de esta, pero el que no lo intenta es porque no quiere.

Sólo yo entiendo lo que estoy anotando aquí y eso es lo que lo hace más especial.
Ojalá no tener que pasar por esto, porque no quiero. No quiero volar alto hacia lo nuevo y desconocido. No quiero desaprovechar más el tiempo. Siento que se me acaba. Que la arena ya se va quedando en el fondo del reloj. Quiero subsistir aquí donde estoy un poco más. Para terminar de entrelazar mis caminos futuros, y poder seguir siendo feliz una vez más. Contigo.