Son las cuatro de la mañana y he salido al balcón a mirar las estrellas. La noche es cálida y el cielo está raso y estrellado.
Me he tumbado en el suelo a admirar los astros que hoy se dejaban ver en el horizonte.
No sé mucho de estrellas, pero siempre están ahí, no se mueven. En el mismo lugar.
¿No se cansarán de permanecer milenios y milenios sobre nuestras cabezas? ¿De ser parte de la misma galaxia o de alojarse en lo más profundo del universo mientras se van apagando poco a poco?
¿Si tuvieran libertad de movimiento, continuarían ahí o se irían a otra parte?
Yo no soy ninguna estrella. No brillo. Ni tampoco estoy por encima de todo el mundo. Ni tan siquiera, cuando mires arriba voy a estar ahí para ti.
Lamentablemente no pertenezco al firmamento ni soy parte de una preciosa constelación.
Lo único que tenemos en común las estrellas y yo es que ambos permanecemos a años luz de ti.
Prácticamente inalcanzables.
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