Me gusta ese olor estremecedor que deja una vez que ha cesado. Frescura.
Me gusta el sonido de los truenos que acechan en el cielo como si del juicio final se tratara.
La verdadera tormenta está dentro de uno mismo.
Los pensamientos se aglomeran de tal manera que golpean en mi sesera como si de truenos y relámpagos se tratasen. Sin un ápice de margen para difuminar mis ideas.
Partiendo del aburrimiento infinito, te paras y piensas. Quizás alguna que otra vez en lo más profundo de ti mismo. Recorriendo tal vez recovecos ya olvidados. Pero no iba a eso.
En el interior de todo el mundo subyace una pequeña tormenta, a veces incluso tan grande que puede ser capaz de desembocar en el exterior. Pero normalmente no es así.
Quizá mis tormentos vengas de algún lugar, no se de donde, pero ya no se si soy tan bueno como antes. Y no me refiero a bueno en el sentido sajón de la palabra, sino a bueno en todo en particular. Dudo que sea todo un campo de rosas como hace unos meses. Sigue todo genial, si. Pero un cierto aroma a muerto se palpa en el ambiente. Yo lo noto. Me conozco muy bien.
Hay muchas cosas que han cambiado. Cosas que hasta hace bien poco tiempo me daba igual que no acabaran yendo a ningún sitio, pero me entretenía y reía con ello. Ahora ha acogido un regusto entre amargo e insípido. La esencia ha cambiado, ya no es la misma.
Hay muchas cosas que han cambiado. Cosas y personas. Pero no son temas paralelos.
He atravesado tormentas peores, y si aún estoy a tiempo, trataré por todos los medios que esta también cese. Quiero ese olor a frescura que deja una tormenta veraniega tras su acabose.