lunes, 7 de noviembre de 2016

Érase una vez, un mundo feliz...

La vida da muchas vueltas y vaya si las dio, que me llevó a otra dimensión. A un mundo que no era el mío. A un mundo en el que podía ser feliz. Pero que por el momento, no lo era del todo.
Ese no era mi mundo. El mío era triste, apagado y reinado por la penumbra de mis sentimientos. Era un lugar de tristes recuerdos y vaivenes espontáneos que no dejaban ni una sola marca en mi vida. Sin vida, como Plutón. Ni un solo rayo de sol alcanzaba ese diminuto planeta. En el mío tampoco. Era algo parecido. La soledad era mi compañera, pero eso no quería decir que me llevara bien con ella.

El vacío continuaba semblante. La tormenta rugía desbocada en mis entrañas. No había cobijo posible dónde amparar mi alma de tan espeluznante ventisca.
¿Qué me pasaba? Nada. Ni yo lo sabía. Estaba desesperado por encontrar una salida. Por absorber un solo rayo de luz para avivar un espíritu que se encontraba agonizando dentro de mis recuerdos más profundos. Cayendo al vacío. Con frenesí. Y en menos de un segundo, ya no estaba, no se veía. Era todo tan oscuro...
Esto era el principio del fin. No sufría por ello, ni tampoco lo hago.

Por las calles de las grandes ciudades, encontramos predicadores gritando desde antaño el fin de los tiempos. El Apocalipsis. El juicio final. La primera piedra la ponemos nosotros, al igual que la última.
De lo que no nos damos cuenta es de que el juicio final realmente está cerca. La gente de hoy no vale la pena. El verdadero caos es ese. El verdadero Apocalipsis es proteger a una persona que te está clavando el cuchillo en la panza en cuanto te giras.

Poca gente de verdad queda. Apostaría a que habría imitaciones robóticas más reales que muchas de las personas que tenéis en frente.
Pero bueno, los mundos perfectos no existen. Las segundas oportunidades mejor dejarlas para las películas. Las confianzas mejor con gente que más tarde no te apuñalará a las espaldas con unas tenazas.
Y es por eso que prefiero mi propio mundo. Es por eso que podría ser feliz en este planeta, pero no del todo. Es por eso que prefiero dejar caer mis pensamientos en el olvido y abrir paso a mi oscura alma por la llanura de los recuerdos. En ese mundo triste en el que vivo, es donde irónicamente me siento feliz.

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