No tenía ni idea. No tenía ni idea de que en tan poco tiempo mi vida pudiese cambiar tanto. Cambios. Solamente eso.
Atrás habían quedado ya esas promesas que jamás se cumplieron y que jamás se cumplirán. Atrás quedó ese sufrimiento que enfrentaba mi mente contra un corazón inquebrantable lleno de amor y alegría ahora en manos de otras personas tratando de pegar los pedazos de éste. Esas personas, mis amigos, quienes me han hecho darme cuenta de lo que realmente vale. Habían conseguido sacarme de esa fosa kilométrica donde mi alma emanaba sus últimos suspiros. Un lugar frío y ausente donde mis recuerdos eran el único aire que se respiraba. Una brisa tóxica que en cada inspiración moría una pequeña parte de mí. Sentía como mi alma iba pudriéndose en la nada y que ese lugar totalmente yerto iba a amarrarse a la poca vitalidad que desprendía.
Y es que lo peor de todo es que ese lugar fue una vez un lugar llamado "amor". Ese lugar no existía ya en mi cabeza, pero gran parte de mi alma solía llorar en ese inhóspito e inexistente lugar continuamente. Pero solo una parte, porque la otra restante se la había llevado ella. Me la había robado.
Cada noche era un mundo, ni siquiera la luna y las estrellas salían ya como acostumbraban. Ya no se escuchaban esas risas ni ese dulce olor de ese perfume que tantas veces me había parado a oler.
El ambiente era cargado y el paisaje casi tan oscuro como el azabache. Un lugar putrefacto y nauseabundo que ahora me daba entre asco y pánico volver a retomar. Ese lugar al que llaman "amor", no existe. Es un espejismo digno de un desierto. No existe, o puede que sí, pero en mi mente ya no. Y si una vez existió, ya está muerto. Y es que creo que ya empiezo a comprender por qué mi alma acude a menudo a llorar a ese inerte lugar, a ese cementerio. Para continuar manteniendo el luto y llorarle unas últimas lágrimas a un sitio y un sentimiento que una vez llamé "amor". Y como digo con los difuntos: "No volverá, se fue para siempre, pero jamás será olvidado".