Como el muro de Berlín o la gran muralla China separando y alejando poblaciones.
Como la estepa siberiana, la frondosidad del Amazonas o la densidad de las dunas del Sahara, inmensas y majestuosas, pero capaces de reflejar de forma idéntica un paraje deshabitado en miles de kilómetros cuadrados.
Es irónico pensar que unas construcciones que estaban ideadas para dividir poblaciones requiriesen la unión de tantas personas para llevarlas a cabo. Como también resulta irónico que paisajes como los mencionados anteriormente sean lugares tan frecuentados por tantas personas al año, pero donde muy pocas deciden pasar sus vidas.
Esto también ocurre con las personas. Construyes vínculos, algunos más duros y férreos que cualquier muro o muralla o material existente en este, nuestro planeta. Pero luego, de un momento a otro, ves como de alguna forma ya sea externa o interna los cimientos comienzan a tambalearse del mismo modo que un adolescente de fiesta un sábado en cualquier taberna de mala muerte. Todo comienza siempre del mismo modo, con un breve tambaleo que queda en nada, en un efímero seísmo. Pero el vínculo ya no parece indestructible. Tampoco parecía el Titanic "insumergible" y todos sabemos cual fue su aparatoso destino.
De todos modos, los tambaleos no siempre son malos. Puedes reforzar la zona dañada o dejarlo pasar. Cuando haces lo segundo en el contexto de vínculos personales el final suele ser el mismo que tuvo el muro de Berlín. Un muro que acabó derribado. Fue derribado de forma pacífica, pero derribado. Y ahora es uno de los lugares más ilustres y emblemáticos de la capital alemana, pero quedó ahí, en un recuerdo. Y no un recuerdo bueno. Porque los muros se pueden ver aparentemente como algo firme y estable, difícil de derribar o sobrepasar, como muchos vínculos sanos y reales de hoy en día que puedes mantener con una pareja, familiar o amigo, pero también es signo de disputa y división. Un muro que divide o separa personas no es paradigma de algo bueno.
A lo que quiero ir a parar es que los vínculos son un arma de doble filo. Puedes construir algo bonito con alguien y de la nada irse a la mierda. Los vínculos que son fuertes pueden ser indestructibles. Pero si no lo son... Por mucho que vuelvas a intentar construir ese mismo vínculo con alguien no será en la mayoría de casos del mismo modo. Será diferente. Todo lazo con alguien tiene su historia. Por lo que si derriban tu propio muro de Berlín, tu vínculo con alguien, por mucho que trates de volver a rearmarlo, a levantarlo, a construirlo... No volverá jamás a ser aquel muro, aquel vínculo que una vez pareció ser infranqueable. Será lo que tú quieras que sea, pero jamás eso que una vez fue.
Por ello, en algunas ocasiones, lo mejor para que ese vínculo no se resquebraje del todo es dejar ir, poner distancia con la persona como si en la estepa siberiana te encontraras y así localizar y conocer cuál es tu rumbo, tu propio destino.
Porque una huida a tiempo es sinónimo de victoria.
Pero... ¿Y si la persona no deja que te vayas? Bueno, siempre está bien sentirse querido y se puede tener en cuenta. Cada uno es libre a la hora de escoger su propio destino, pero en términos generales hablando sobre mi persona, mi corazón ahora mismo es un desierto. Tan gélido como la estepa siberiana. Y como mencioné al principio de este texto, son lugares donde pasan muchas personas a lo largo de los años, pero donde muy poca gente se queda.
Mi corazón, como estos parajes, permanece igual. Deshabitado.